jueves, 23 de febrero de 2017

P.A. Hillaire - La Oración. segundo medio para obtener la gracia

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3° La oración, segundo medio para obtener la gracia

Dios puede comunicarnos sus gracias directamente por sí mismo y, a veces, lo hace. Pero como no quiere salvarnos sin nuestra cooperación, exige que empleemos los medios establecidos por Él para conferirnos su gracia. Estos medios son los sacramentos y la oración. Los sacramentos son los canales que nos la transmiten; la oración es la fuerza que la atrae.


Naturaleza. — La oración es una elevación de nuestra alma a Dios para cumplir nuestros deberes para con Él y pedirle sus gracias.
Se distinguen la oración vocal y la oración mental.

La oración mental, es la que se hace en el espíritu y en el corazón, sin recurrir a las palabras. Es la aplicación de nuestro espíritu y de nuestro corazón a Dios y a las verdades divinas.
La oración eleva el alma de la nada de la criatura hasta Dios Creador. Es una conversación del hombre con Dios para presentarle homenajes y pedirle gracias.

¿Qué debe el hombre a Dios? El homenaje de adoración, que consiste en anonadarse en la presencia de Dios y en reconocerle como a primer principio, Señor Soberano y fin último de todas las cosas.
¿Qué debe el hombre a Dios? El homenaje de acción de gracias por todo lo que nos ha dado en el orden natural y en el sobrenatural. Por la oración nosotros rendimos a Dios estos dos grandes homenajes de toda criatura racional.
La oración, en cuanto súplica, pide perdón por las faltas cometidas y solicita las gracias necesarias para nosotros y para nuestro prójimo.
La oración es la petición para nosotros y para nuestro prójimo.
La oración es la petición de un hijo a su padre. Nada más dulce, nada más suave, nada más poderoso que la oración.

Necesidad de la oración. — La oración es necesaria a tos adultos con necesidad de precepto y con necesidad de medio.

1° La oración es necesaria con necesidad de precepto, puesto que Dios nos ordena orar en el primer mandamiento: “Adorarás al Señor tu Dios", etc. Jesucristo ha promulgado la gran ley de la oración: “Pedid, dice, y se os dará, buscad y hallaréis'’, etc. Hay que orar siempre y no desfallecer nunca en la oración: Oportet semper orare (Luc., XVIII, 1). Y el Salvador no cesa de inculcarnos la obligación de orar, mediante sus enseñanzas y ejemplos.

¿Cómo se puede orar siempre? Se ora siempre: 1°, elevando con frecuencia el espíritu y el corazón a Dios; 2°, haciendo todas las cosas con intención de agradarle.

2° La oración es necesaria con necesidad de medio. No podemos observar la ley de Dios sin el auxilio de la gracia: ahora bien, de ordinario no podemos obtener la gracia sino por la oración. Tal es, en efecto, la disposición de la divina Providencia, la cual, regularmente, no concede sus dones sino a las súplicas humildes de sus criaturas. La oración es la moneda que hay que emplear para comprar la gracia de Dios.

SE DICE A VECES: Dios conoce mis necesidades, ¿por qué le he de rezar? – R – Dios sabe perfectamente lo que necesitamos, pero, no queriendo tratarnos como a seres irracionales, que reciben sin pedir, estableció la ley de la oración, PEDID Y SE OS DARÁ... Él ha establecido esta ley para obligarnos a ponernos en comunicación con Él, a adorarle, a darle gracias, a amarle, a hablarle. En estas conversaciones íntimas nuestra alma se eleva por encima de las cosas de la tierra, se purifica y se hace cada vez más parecida a Dios. La oración es la que hace Santos.

Eficacia y poder de la oración. — La oración es todopoderosa: puede obtenerlo todo de Dios, no solamente porque glorifica sus divinas perfecciones, sino también porque se apoya en la promesa de Dios y en los méritos de Jesucristo. Podemos esperarlo todo de porque Él nos ha merecido todos los bienes: “En verdad, en verdad, os digo: todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre. Él os lo dará" (Juan, XVI, 23). “Todo lo que pidiereis a mi Padre, orando con fe lo obtendréis” (Mat., XXI, 22). Quien dice todo, nada exceptúa. San Alfonso María de Ligorio concluye: “El que reza, se salva, el que no reza, se condena”.

Dios difiere, a veces el escucharnos, para probar nuestra fe, para castigar nuestra tibieza y para hacernos más humildes y más fervorosos. Sucede también que el que pide una gracia obtiene otra que la deseada por él. Dios se porta con nosotros como una madre que niega a su hijo, aunque llore, un arma peligrosa y le calma dándole algo mejor.

Por consiguiente, si no conseguimos siempre lo que pedimos, o es porque rezamos mal, o porque pedimos lo que no conviene para nuestra salvación, o, finalmente, porque no tenemos perseverancia.

Cualidades de la oración. — Para merecer ser escuchada, la oración debe reunir las siguientes condiciones:

Hay que orar: a) Con atención, es decir, pensar en Dios y en lo que se le pide; alejar las distracciones para no ocuparse sino en las cosas de Dios. Las distracciones voluntarias son pecados veniales.
b) Con humildad, es decir, con el sentimiento profundo de nuestra indigencia y de nuestra indignidad: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago, IV, 6).
c) Con confianza, es decir, con la seguridad de que Dios puede concedernos lo que le pedimos, y que quiere concederlo. La confianza, fundamento de la oración, se basa en las promesas de Dios y en los méritos de Jesucristo.
d) Con humildad, es decir, con el sentimiento profundo de nuestras razones, aunque difiera el escucharnos. Dios lo ha prometido todo a la oración y todo lo concede a la perseverancia.
e) En nombre de Jesucristo. Como hijos de Adán, no somos dignos de ser escuchados. Por Jesucristo, Dios nos escucha y nos ama; por sus méritos, podemos obtener la gracia. Jesucristo es nuestro Mediador, nuestro Abogado ante Dios. “En Verdad, en verdad, os digo: Qué os dará el Padre todo lo que le pidiereis en mi nombre” (Juan, XVI, 23).

¿Cuándo hay que orar? — El precepto de la oración obliga:

a) Apenas llegados al uso de razón.
b) Cuando se está fuertemente tentado contra alguna virtud.
c) Cuando se debe recibir algún sacramento.
d) Cuando se está en peligro de muerte.
e) Frecuentemente durante la vida.

Los buenos cristianos oran con frecuencia, pero particularmente al levantarse y al acostarse, los domingos y los días festivos, antes y después de la comida, en las tentaciones y en los peligros, y al empezar sus principales obras.
Dejar pasar varios días consecutivos sin rezar por la mañana y por la noche nos expone al peligro de perder todo sentimiento de devoción y de caer bien pronto en alguna culpa grave.

¿Por qué debemos orar? — Debemos orar por todos aquellos que no se hallan todavía en la posesión de la bienaventuranza eterna, porque debemos desear la salvación de todos y procurarla en la medida de nuestras fuerzas. Debemos orar, particularmente, por nosotros mismos, por nuestros padres y parientes, por nuestros bienhechores, nuestros amigos, enemigos, vivos y difuntos; debemos orar por la Iglesia y por la Patria.

Oración por los difuntos. — Numerosos motivos nos invitan a orar por los difuntos:

a)      La caridad nos impone el deber de acudir en auxilio de esas almas tan caras a Dios y con demasiada frecuencia olvidadas.
b)      La justicia nos obliga a aliviar a los que sufren por causa nuestra: nuestros padres que nos han mimado, las víctimas de nuestros escándalos, etc.
c)       La gratitud nos prescribe socorrer a nuestros bienhechores.
d)      El interés nos lo manda, porque, orando por los difuntos, nos ganamos poderosos intercesores en el cielo..
“Es, por consiguiente, un santo y saludable pensamiento el orar por los difuntos” (II de los Macabeos, XII, 46).

¿Qué bienes hay que pedir en la oración? — Debemos pedir a Dios los bienes que redundan en gloria suya, en bien nuestro y del prójimo. “Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará por añadidura” (Mat., VI, 33).

También se pueden pedir bienes temporales, como la salud, el éxito en los negocios, etc., con tal que esto sea con el buen fin, teniendo presente la gloria de Dios, y con sumisión a la voluntad divina.

Principales fórmulas. — Las mejores oraciones vocales son: el Padrenuestro, el Avemaría, los Actos de fe, esperanza, caridad y contrición, las oraciones litúrgicas de la Iglesia.
La oración individual no basta; hay que en familia, es necesaria la oración nacional...  

“La oración en común, la oración en la iglesia, tiene una eficacia particular. Jesucristo ha prometido estar en medio de los que oran reunidos. La unión hace la fuerza, y el fervor de los unos suple la tibieza de los otros.

“La oración es la reina del mundo. Cubierta con humildes vestidos, baja la frente, tendida la mano, protege al mundo con su majestad suplicante. Va, sin cesar, del corazón del débil; al corazón del fuerte; cuanto de mas abajo se eleva la súplica tanto más asegurado está su imperio. Si un insecto pudiera suplicarnos cuando lo vamos a aplastar, nos conmovería intensamente. Y como no hay nada tan alto como Dios, ninguna oración es tan victoriosa como la que sube a Él” (Lacordaire).

Conclusión final

Tomamos de la obra del abale Moigno, Los esplendores de la fe, la conclusión que saca de la simple exposición de la religión católica.

“Hago constar el hecho de que esta exposición sencilla y tan grave es por sí sola uno de los más brillantes  esplendores de la fe, una prueba de la divinidad de la Religión Católica.

Estos misterios tan sublimes para la razón de los cuales la inteligencia más elevada, la imaginación más activa, no hubiera tenido, por sí misma, idea alguna: ¡el Ser divino, simple, y al mismo tiempo finito, inmenso!, ¡la Trinidad de personas en la Unidad de naturaleza! ¡una sola y misma persona, Dios y hombre juntamente!, ¡el cuerpo, la sangre, el alma, la divinidad de Jesucristo, realmente presentes bajo las apariencias de pan y de vino!, etc., estos misterios tan sublimes han sido creídos y lo son todavía, de diecinueve siglos a esta parte, por los más grandes genios. La fe de los grandes hombres de los siglos más ilustrados de la historia era y es la fe ingenua del carbonero: cosa realmente divina: A Domino, factum est istud.

 “Estos preceptos tan rigurosos, estas leyes tan severas, estos consejos tan superiores a la naturaleza, han sido aceptados, observados, practicados, desde hace diecinueve siglos, por una muchedumbre innumerable de cristianos, frecuentemente santos hasta el heroísmo. Y aun hoy día, a pesar del relajamiento de las costumbres, millones y millones de cristianos llevan con gusto y santa altivez, este yugo tan pesado. ¿No es divino? A Domino, factum est istud.
“Estas oraciones tan ingenuas son repetidas, desde hace diecinueve siglos, por los labios más elocuentes, más puros, más dulces del linaje humano. ¿No es divino esto?...

“Esta fe cristiana y católica, tan formidable en sus misterios, tan sublime en sus dogmas, tan austera en su moral, tan heroica en sus virtudes, ha conquistad el mundo, a despecho de los esfuerzos conjurados de la fuerza bruta, de las pasiones desencadenadas, del vicio triunfante, de la filosofía y de la ciencia orgullosas, y, aún hoy día, llena la tierra; permanece en pie y absolutamente una, cuando en torno suyo cae y se divide hasta lo infinito… Ahí tenéis el sello de la divinidad”.

DEO GRATIAS


Fuente: HIllaire, P.A., La religión demostrada, Bs.As., Difusión, 1964, pp. 667-672

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