ARTICULO XXII
SORPRENDENTES
CONTRADICCIONES QUE SE ENCUENTRAN EN LA NATURALEZA DEL HOMBRE RESPECTO DE LA
VERDAD, DE LA FELICIDAD Y DE
OTRAS MUCHAS COSAS
I
Nada más extraño en la naturaleza
del hombre que las contradicciones que en ella se descubren respecto de todas
las cosas. Está él hecho para conocer la verdad, la desea ardientemente, la
busca, y, no obstante, cuando intenta apoderarse de ella, se deslumbra y se
confunde de tal suerte, que da motivo a discutirle la posesión. Esto es lo que
ha hecho nacer las dos sectas de pirrónicos y dogmáticos, de los cuales los
unos quieren privar al hombre de todo conocimiento de la verdad, mientras los
otros intentan asegurárselo; pero cada cual con razones tan poco verosímiles
que aumentan la confusión y el embarazo del hombre, cuando no tiene otra luz
que la que encuentra en la naturaleza.
Dejando los argumentos menores, los
principales de los pirrónicos consisten en decir que no tenemos ninguna certidumbre
de la verdad de los principios, aparte dejadas la fe y la revelación, sino en
aquello en que los sentimos directamente en nosotros. Pero este sentimiento
natural no es una prueba convincente de su verdad, ya que, no habiendo
certidumbre, aparte de la fe, de si el hombre ha sido creado por un Dios bueno
o por un demonio malo, o por la carnalidad, es dudoso si aquellos principios
son verdaderos, o falsos, o inciertos, según su origen. Además nadie puede
tener la seguridad, aparte de la fe, de si vela o duerme, ya que cuando soñamos
creemos estar en vigilia tan firmemente como ahora: creemos ver los espacios,
las figuras, los movimientos, se siente el paso del tiempo, se le mide, y, en
fin, se obra de la misma manera que estando despierto. De manera que, como la
mitad de la vida se pasa en sueño, por nuestra propia confesión, o parézcanos
lo que nos parezca, no tenemos ninguna idea de lo verdadero, ya que todos
nuestros sentimientos no son más que ilusiones en este caso. ¿Quién sabe si
esta segunda mitad de la vida en que pensamos velar no es más que otro sueño, un
poco diferente del primero, del cual nos despertamos cuando nos figuramos
dormir?
He aquí los principales
argumentos de una parta y de otra.
He dejado los menores, como las
razones que dicen los pirrónicos sobre las impresiones de la costumbre, de la educación,
de los usos, de los países, y otras semejantes, que aunque tienen autoridad
sobre el común de las gentes que no consideran los fundamentos, no resisten al
menor embate de los pirrónicos. No hay más que consultar sus libros, si aún no
se está persuadido bien pronto se persuade uno, y tal vez demasiado.
Me detengo únicamente a examinar
la principal razón de los dogmáticos, que es que, hablando de buen« Ir y
sinceramente, no se puede dudar de los principios naturales.
Contra lo cual los pirrónicos oponen, en una
palabra la incertidumbre de nuestro origen, que encierra el de nuestra
naturaleza; a lo cual los dogmáticos no han contestado aún desde que el mundo
es mundo.
He aquí la guerra abierta entre los hombres, y
es necesario que cada cual tome su partido, y se afilie necesariamente al
dogmatismo o al pirronismo; porque el que piensa permanecer neutro será
pirrónico por excelencia. Esta neutralidad es la esencia de la cábala quien no contra
ellos está perfectamente por ellos. Ellos no son, por sí mismos: ellos son
neutros, indiferentes, suspensos siempre, sin excepción.
¿Qué hará, pues, el hombre en
este estado? ¿Dudaré# que vale, de que le pellizcan, de que le queman? ¿Dudará
de que duda? ¿Dudará de que existe? … No
se puede llegar hasta ahí; y doy por sentado que jamás hubo un pirrónico
efectivo perfecto. La naturaleza sostiene a la razón impotente y le impide de
extravagar hasta tal punto.
¿Dirá el hombre, al contrario, que posee la verdad
ciertamente, aun cuando si se le obligase no podría mostrar ningún título y se
vería obligado a ceder?
¿Qué quimera es, pues, el hombre?
¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué motivo de contradicción, qué prodigio!
¡Juez de todas las cosas, imbécil gusano de la tierra, depositario de la
verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y oprobio del universo!
¿Quién nos sacará de este embrollo?
La naturaleza confunde a los pirrónicos, la razón a los dogmáticos. ¿Qué será de
ti, pues, hombre que buscas cuál es tu verdadera condición, según tu razón
natural? No puedes ni huir de una de estas sectas, ni quedarte en ninguna.
Conoce, pues, soberbia, qué
paradoja eres contigo misma, humíllate, razón impotente; cállate, naturaleza
imbécil. Aprended que el hombre sobrepasa infinitamente al hombre, y oíd de
vuestro maestro lo que ignoráis. Escuchad a Dios.
Porque, al fin y al cabo, si el
hombre no hubiese sido jamás corrompido, gozaría, en su inocencia, de la verdad
y de la felicidad tranquilamente, Y si el hombre no hubiese sido jamás otra
cosa que corrompido, no tendría ninguna idea ni de la verdad ni de la beatitud.
Pero, desgraciados de nosotros (tanto más cuando mayor grandeza hay en nuestra
condición), tenemos una idea de la felicidad, y no podemos llegar a ella;
sentimos una imagen de la verdad, y no poseemos sino la mentira; incapaces de
ignorar absolutamente y de conocer ciertamente, ¡tan manifiesto es que hemos
vivido en un grado, de perfección del cual hemos caído lamentablemente!
Nosotros conocemos la verdad, no
solamente por la razón, sino por el corazón; de esta última manera es como conocemos
los primeros principios; y en vano el razonamiento, que no tiene en ellos arte
ni parte, intenta combatirlos. Los pirrónicos, cuyo único objeto es éste,
trabajan inútilmente. Sabemos que no soñamos, cualquiera que sea nuestra impotencia
de probar esto por la razón; esta impotencia no demuestra otra cosa que la
debilidad de nuestra razón, pero no la incertidumbre de todos nuestros
conocimientos, como aquéllos pretenden. 1’orqttHel conocimiento de los primeros
principios, como de que hay espacio, tiempo, movimiento, números, es más firme
que cualquiera que nuestros razonamientos puedan proporcionarnos. Y sobre estos
conocimientos del corazón y del instinto debe apoyarte la razón, y fundar en
ellos sus pensares. El corazón siente que hay tres dimensiones en el espacio, y
que los números son infinitos; y la razón demuestra en seguida que no hay dos
números cuadrados de los cuales el uno sea el doble del otro. Los principios se
sientan, las proposiciones se deducen; y todo con certidumbre, aunque por
caminos diferentes. Y tanto es ridículo que la razón exija al corazón la prueba
de sus primeros principios, antes de consentir en ellos, como sería ridículo
que el corazón exigiese a la razón un sentimiento de todas las proposiciones
que demuestra, antes de admitirlas.
Esta impotencia no debe, pues,
servir sino para humillar a una razón que quisiese Juzgar de todo; pero no para
combatir nuestra certeza, como si no hubiese más que la razón que pudiese
instruirnos. Ojalá, al contrario, que jamás tuviésemos necesidad de ella, y que
conociésemos todas las cosas por instinto o sentimiento. Pero la naturaleza nos
ha rechazado este bien, y nos ha dado, al contrario, escasos conocimientos de
esta índole; todos los demás no pueden ser adquiridos sino por el razonamiento.
(He aquí lo que es el hombre,
pero el hombre en cuanto la verdad. Considerémoslo ahora en cuanto a la
felicidad que busca con tanto ardor en sus acciones.)
Todos los hombres procuran ser
dichosos; esto sin excepción, por diferentes que sean los medios que emplean,
todos tienden a este fin. Lo que hace que unos vayan a la guerra, y otros no,
es el mismo deseo, acompañado de gustos distintos. La voluntad no da jamás un
paso que no sea para ese objeto. Éste es el motivo de las acciones de los
hombres, hasta de los que van a colgarse. Y, sin embargo, a pesar de los años transcurridos,
nadie ha llegado jamás, sin la fe, a este punto al cual todos tienden
continuamente. Todos se quejan, príncipes, súbditos, nobles, villanos, viejos,
jóvenes, débiles, sabios, ignorantes, sanos, enfermos; de cualquier país, de
cualquier tiempo, de cualquier condición.
Una prueba tan larga, tan
continua y tan uniforme, debería convencernos de nuestra impotencia de llegar a
resultado por nuestros esfuerzos; pero el ejemplo no nos aprovecha. Nunca se es
tan perfectamente semejante a otro, que no exista alguna diferencia; y por esto
esperamos que, en estas circunstancias, no pase como en las otras, y que esta
vez nuestra esperanza no será chasqueada. Y así, como el presente no nos
satisface nunca, la experiencia nos engaña, y de desdicha en desdicha nos conduce
hasta la muerte, que las cierra y colma para siempre jamás.
¿Qué cosa claman, pues, esta
avidez y esta impotencia, sino que en otro tiempo el hombre ha vivido en una
eterna felicidad, de la que no le queda ahora sino vacía señal y traza, que él
ensaya en vano de llenar con todo lo que le rodea, buscando en las cosas
ausentes el socorro que no obtiene de las presentes? Pero ninguna de ella es
capaz, porque aquel abismo infinito no puede ser llenado sino por un objeto
infinito e inmutable, es decir, por el mismo Dios.
É1 solo es su verdadero bien, y
desde que él le ha dejado nada en la naturaleza puede ocupar su lugar, astros,
cielo, tierra, elementos, plantas, coles, puerros, animales, insectos,
terneros, serpientes, fiebre, peste, guerra, hambre, vicios, adulterio,
incesto. Y, desde que el hombre ha perdido este verdadero bien, todo puede
parecerle tal, hasta su destrucción propia, por contraria que sea, a la vez, a
Dios, a la razón y a su naturaleza.
Los unos buscan la felicidad en
la autoridad, los otros en las curiosidades y en las ciencias, los otros en las
voluptuosidades. Otros, que tienen una noción menos limitada, han creído
necesario que el bien universal, que todos los hombres desean, no está en
ninguna de las cosas particulares que no pueden ser poseídas sino por uno solo,
y que, si son repartidas, afligen más a su poseedor por la consideración de la
parte que le falta, que no le contentan por el disfrute de aquella que le
pertenece. Han comprendido que el verdadero bien debía ser tal que todos
pudiesen poseerlo a la vez sin disminución y sin envidia, y que nadie pudiese
perderlo contra su voluntad. (Han comprendido esto, pero no han podido
encontrar lo que buscaban; y, en lugar de un bien sólido y efectivo, han
abrazado, la imagen hueca de una virtud fantasma.)
Nuestro instinto nos hace sentir
que debemos buscar la felicidad fuera de nosotros. Nuestras pasiones nos
empujan hacia fuera, y lo harían aunque los objetos no se presentasen para
excitarlas. Los objetos exteriores nos tientan por sí mismos y nos Human, aun
cuando no pensemos en ellos, por mis que los filósofos digan: Entrad en
vosotros mismos y encontraréis vuestro bien, no se les hace caso, y los que los
creen son más vacíos que los necios. (Porque, ¿hay nada más ridículo y más vano
que lo que proponen los estoicos? ¿Hay nada más vacío que todos sus razonamientos?)
De que alguna vez aquello es posible, ellos deducen que es posible siempre; y
del hecho de que el deseo de gloria hace alguna vez cumplir el bien a aquellos
a quienes domina, sacan que los otros podrán lo mismo. Como si la salud pudiese
imitar los movimientos de la fiebre.
La guerra interior entre la razón
y las pasiones ha hecho que aquellos que han querido tener paz se hayan
dividido en dos sectas: los unos han querido renunciar a las pasiones y
convertirse en dioses; los otros han querido renunciar a la razón y convertirse
en bestias. Pero no lo han logrado ni los unos ni los otros; y la razón
permanece siempre, acusando la bajeza y la injusticia de las pasiones y turbando
el reposo de los que se abandonan a ellas; y las pasiones son siempre vivas en
aquellos que han intentado el renunciamiento.
(He aquí lo que puede el hombre
por sí mismo, por sus propios esfuerzos en el camino de la verdad y el bien.)
Nosotros tenemos una impotencia
para probar, invencible para todo dogmatismo; nosotros tenemos una idea de la
verdad, invencible para todo pirronismo. Deseamos la verdad, y sólo encontramos
la incertidumbre. Deseamos la felicidad, y sólo encontramos miseria y muerte.
Somos incapaces de la verdad y de la felicidad. Se nos ha dejado el deseo,
tanto para castigo, como para hacernos sentir de dónde hemos caído.
II
Si el hombre no está hecho por
Dios ¿por qué no es dichoso sino en Dios? Si el hombre está hecho por Dios. ¿por
qué es tan contrario a Dios?
III
El hombre no sabe en qué lugar
colocarse. Está visiblemente extraviado, y caído de su verdadero lugar, sin
poder hallarse de nuevo. Busca por todas partes con inquietud y sin éxito,
entre tinieblas impenetrables.
IV
Imagínese un número de hombres
encadenados y condenados a muerte todos, unos cuantos de los cuales son
ejecutados cada día en presencia de los otros. Los que quedan ven su propia
condición en la de sus compañeros, y, mirándose unos a otros con dolor y sin
esperanza, esperan a su vez: ésta es la imagen de la condición de los hombres.
RAZÓN DE ALGUNAS OPINIONES DEL
PUEBLO
I
Echar abajo continuamente el pro
con el contra.
Hemos mostrado la vanidad del
hombre al estimar cosas que no son esenciales Y así hemos destruido todas esas
opiniones. Hemos mostrado en seguida que todas esas opiniones eran muy sanas, y
que, por tanto, siendo muy fundadas todas esas vanidades, el pueblo no es tan
vano como se dice. Y así hemos destruido la opinión que destruía la opinión del
pueblo.
Pero ahora nos toca destruir esta
última proposición: y demostrar que, de todas suertes, es verdad que el pueblo
es vano, aunque sus opiniones sean sanas, porque él no encuentra la verdad allí
donde está, y colocándola allí donde no está, siempre resultarán sus opiniones
muy falsas y muy malsanas.
II
Cierto es lo que se dice que todo
el mundo está en ilusión; porque, aunque las opiniones del pueblo sean sanas,
ellas no lo son en la cabeza de éste, porque él piensa que la verdad reside
allí donde no reside. La verdad reside bien en sus opiniones, pero no allí
donde él piensa.
III
El pueblo honra a las personas de
gran nacimiento. Los hábiles a medias las desprecian, porque dicen que el nacimiento
no es ventaja de la persona, sino del azar. Los hábiles las honran, pero no por
lo que piensa el pueblo, sino con un pensamiento más elevado. Los devotos, que
tienen más celo que ciencia, las desprecian, a pesar de esta consideración que
les hace honrar por los más hábiles, porque juzgan por una nueva luz que da la
piedad. Pero los cristianos perfectos las honran, por una luz superior. Así van
las opiniones, sucediéndose en pro y en contra según la luz que se posee.
IV
El más grande de los males son
las guerras civiles. Y son seguras cuando se quiere recompensar el mérito,
parque cada cual se figura merecer. El riesgo de que un necio sucede por
derecho de nacimiento no es tan grande ni tan seguro.
V
¿Por qué se sigue a la
pluralidad? ¿Porque tiene más razón? No, sino más fuerza. ¿Por qué son seguidas
las antiguas leyes y antiguas opiniones? ¿Porque son las más sanas? No; pero
son las únicas y matan de raíz la diversidad.
VI
El imperio fundado en la
imaginación y la razón reina algún tiempo, y es dulce y voluntario; el de la
fuerza reina siempre. Así la opinión es como la reina del mundo pero la fuerza
es el tirano.
VII
¡Cuán acertadamente se obra al
distinguir a los hombres por su exterior y no por sus cualidades interiores!
¿Quién pasará entre nosotros dos? ¿Quién cederá la plaza al otro? ¿El menos
docto? ¿Yo soy tan docto como él? Fuerza será batirse para dilucidar eso. Él
tiene cuatro lacayos; yo, uno solo: esto es visible: basta contar; yo debo,
ceder, y soy un necio sin disputa. Henos aquí en paz: es el mejor de los
bienes.
VIII
La costumbre de ver a los reyes
acompañados de guardias, tambores, oficiales y de todas las cosas que Inclinan
maquinalmente a respeto y terror, hace que su sola cara, cuando algunas veces
están solos y sin acompañamiento, imprima en sus súbditos el respeto y d
terror, porque, en pensamiento, jamás su persona es separada de su séquito, que
de ordinario les acompaña. Y d mundo, que no sabe que este efecto tiene su
origen en aquella costumbre, cree que viene de una fuerza natural; y de aquí
estas palabras: El carácter de la Divinidad está impreso en su cara, etc.
El poderío de los reyes está
fundado en la razón y en la necedad del pueblo, y aun más en la necedad. La más
grande e importante cosa del mundo tiene por fundamento la debilidad; y este
fundamento es admirablemente seguro; porque no hay nada más seguro que esto:
que el pueblo será débil; en cambio, lo que se funda en la razón está mucho más
fundado, como la estima de que pueden gozar los juiciosos.
IX
Las cosas menos razonables del
mundo se vuelven las más razonables, a causa del desarreglo de los hombres.
¿Hay algo menos razonable que esto de escoger, para gobernar un estado, el
primer hijo de una reina? No se escoge para gobernar un navío aquel de los
pasajeros que es de mejor casa; esta ley sería ridícula e injusta. Pero, porque
aquéllos lo son y lo serán siempre, la ley se convierte en razonable y justa.
Porque, ¿a quién se elegiría? ¿al más virtuoso o al más hábil? Incontinenti
llegamos a menos: cada cual pretende ser el más virtuoso y más hábil. Sigamos,
pues, esta cualidad a algo incontestable. Es el hijo mayor del rey. Esto es
preciso, no cabe disputa. La razón no puede hacer más, y la guerra civil es el
peor de los males.
X
San Agustín ha visto que se
trabajaba por lo incierto en el mar, en la batalla, etc.; pero no ha visto la
regla que demuestra que debe hacerse así. Montaigne ha visto la ofensa de un
ingenio cojo, y que la costumbre todo lo puede; pero no ha visto la razón de
este efecto. Todos ellos han visto efectos, no causas. Son, en comparación con
los que han descubierto las causas, como los que tienen solamente, en
comparación con los que tienen entendimiento. Porque lo« efectos son como
sensibles, y las causas son visibles solamente al entendimiento. Y aunque
aquellos efectos se vean también con el entendimiento, este entendimiento es,
en comparación con el entendimiento que ve las causas, como los sentidos
corporales, en comparación con el entendimiento.
XI
¿De dónde viene que un cojo no
nos irrite, y que un entendimiento cojo nos irrite? De que un cojo reconoce que
nosotros vamos derechos, y un entendimiento cojo dice que somos nosotros los
que cojeamos; sin eso, experimentaríamos piedad, y no cólera.
Epicteto pregunta, con más
fuerza, por qué no nos enfadamos cuando nos dicen que razonamos mal. Lo que da
origen a esto e» el hecho de que estamos seguros de que no tenemos dolor de
cabeza, y de que no somos cojos; mientras que no estamos tan seguros de que
escojamos con acierto. De manera que, no teniendo por fianza sino el hecho de
lo que hemos visto con nuestra vista, cuando viene otro, y con su vista ha
visto lo contrario, nos suspende y nos asombra, y más aún cuando otros mil se
burlan de nuestra elección, porque entonces nos vemos en el caso de preferir nuestras
luces a las de tantos otros, y esto es temerario y difícil. No hay jamás una
contradicción semejante en los sentidos,
cuando de un cojo se trata.
XII
El respeto es: Molestaos. Esto es
vano en apariencia, pero muy justo; porque vale como decir: Yo me molestarla
por vos si os fuese necesario, puesto que lo hago aun al que os lo sea: además,
el respeto sirve para distinguir a loa grandes. Y si el respeto consistiese en
quedarse en un sillón, se respetaría a todo el mundo, con lo cual nadie se
distinguiría; pero consistiendo en molestias, la distinción es fácil.
XIII
Ser bravo no es demasiado vano; porque es mostrar que
gran número de gentes trabajan para uno... “Es mostrar, por sus cabellos, que
se tiene un ayuda de cámara, un perfumista, etc.; por la gorguera, el hilo, el
pasamanero, etc.
Y no es una simple superstición,
un simple arnés, tener muchos brazos (al servicio).
Cuantos más brazos se tienen, más
fuerte se es. Ser bravo, es mostrar fuerza.
XIV
¡Esto es admirable! ¡No quieren
que honre a un hombre vestido de brocatel y seguido de siete u ocho lacayos I
Bueno. Pero si no le saludo, me hará dar de azotes. Este traje es una fuerza.
No sucede lo mismo con el caballo de buen arnés en comparación con el otro.
Montaigne hace reír cuando no ve
la diferencia, y ge admira de que se encuentre, y pregunta la razón.
XV
El pueblo tiene opiniones muy
sanas: 1° haber escogido la diversión y la caza más que la poesía; los sabios a
medias se burlan y hablan con aire de triunfo de la tontería de las gentes;
pero éstas, por una razón que aquéllos no penetran, tienen razón; 2° por haber
distinguido los hombres según sus exterioridades, como la nobleza o los bienes:
hay aún quien habla triunfalmente de que esto no es razonable; pero esto es muy
razonable; 3° de ofenderse por haber recibido una bofetada; y de desear tanto
el renombre; porque esto es muy deseable, por los muchos bienes que le son
añadidos; y un hombre que ha recibido un bofetón sin resentirse de ello es
abrumado de injurias y de necesidades; 4° es trabajar por lo incierto: ir por
mar, pasar sobre una plancha.
XVI
Es una gran ventaja la calidad,
que, desde los dieciocho años a los veinte coloca a un hombre en situación 1 y le hace conocer y respetar, como
otro, con sus merecimientos, no lo logrará antes de los cincuenta años: son
treinta años ganados sin esfuerzo.
XVII
¿No habéis visto gentes que, para
quejarse del poco caso que hacéis de ellas, os citan el ejemplo de gentes de
condición que les estiman? Yo les respondería: Mostradme el mérito con que
habéis encantado a esas personas y yo os estimaré como ellas.
XVIII
Si un hombre sale a la ventana
para ver a los que pasan, y yo paso, ¿puede decirse que haya salido a la
ventana para verme? No; porque no piensa en mí en particular.
Y el que ama a una persona por su
belleza ¿la ama? No; porque la viruela que quita belleza a esta persona, sin
notarla, hará que aquélla deje de amarla; y si me estima por mi juicio o por mi
memoria, ¿me estiman a mí? No, porque yo puedo perder estas cualidades sin
perderme yo, ¿Dónde está pues, este yo, que no está en el cuerpo ni el alma? Y
cómo amar al cuerpo o al alma, sino por estas cualidades que no son las que
hacen el yo, puesto que ellas son perecederas? Porque ¿se amará a la substancia
del alma de una persona abstractamente, y cualesquiera que fuesen las
cualidades que en ella se contengan? No se ama jamás una persona, sino
solamente sus cualidades. 2
XIX
Las cosas en que tenemos más
interés, como eso de ocultar lo escaso del bienestar, no son a menudo casi
nada; son una nada que nuestra imaginación convierte en montaña. Otra vuelta de
la imaginación nos la hace descubrir sin esfuerzo.
XX
Los capaces de inventar, son
raros; los más no quieren sino continuar, y rehúsan gloria a los inventores,
que la buscan según sus invenciones. Y si éstos se obstinan en quererla obtener
y en despreciar a los que no inventan, aquéllos les darán nombres ridículos, y
les darán de palos también. Renúnciese, pues, a esta nulidad, y estése contento
y en paz consigo mismo.
1 En situación de llegar a los empleos y honores.
2 Esto es realizar abstracciones, dice muy bien M. Havet, en su
excelente comentarlo; no existen separadas de las cosas.
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