domingo, 27 de abril de 2014

Thomas Molnar - El Nihilismo de Nietzsche

El Nihilismo de Nietzsche

Desde hace más o menos dos siglos, la reflexión filosófica ha cambiado de carácter. Anteriormente – aún cuando con excepciones que conviene clasificar con la especulación religiosa – la filosofía concebía su tarea como la misión de escribir y de estudiar la estructura de lo real: del cosmos, de la condición humana, de la naturaleza del bien y de lo bello; desde hace dos siglos, anticipando el dicho de Marx, busca trazar las condiciones para la renovación del mundo. Así divide su trabajo en dos partes, desigualmente favorecidas: en la primera parte el pensamiento moderno describe aquello que es la condición actual (tradicional), pero para agregar inmediatamente que el estado actual es malo, echado a perder, imperfecto, provisorio, oscuro, etc. En la segunda parte, el pensador prevee, describe, elabora lo que será, cuando se haya cumplido ciertas condiciones. El mismo filósofo ha cambiado de estado: en los tiempos pre-modernos, constataba lo real y se ponía a su servicio profundizando siempre más lo que llegaba a estudiar y comprender de él; en los tiempos modernos, el filósofo asume el papel de un demiurgo que fabrica lo real, o de un ingeniero que hace brotar tales o cuales formas utilitarias de la materia amorfa.

A esta segunda categoría de pensadores pertenecen los nombres de Hegel, de Schelling, de Fichte, de Marx, y sobre todo de NIezsche, quien será jefe de fila de un movimiento especulativo menos popular que el de Marx, pero más profundo y en última instancia más influyente. En el fondo, el marxismo es una metafísica mezquina en la cual se injertan algunos temas populares: igualdad, organización social, colectivismo, industrialización. Por el contrario, el pensamiento de Nietzsche es un verdadero océano, recubriendo todo el territorio humano, es decir teniendo una respuesta para todas las cuestiones que la sensibilidad contemporánea puede plantear. Nietzsche es también, entre los pensadores de gran clase, aquel que no ha camuflado su proyecto (¡término que expresa las antedichas tareas de la especulación moderna!) a la manera de un Descartes, de un Spinoza, de un Kant y hasta de un Hegel. Llama a Kant y Hegel, desdeñosa aunque verídicamente sus “porteros”, aquellos que le abrieron la puerta por la cual puede hacer brillar la verdad verdadera. Ellos se quedaron en el umbral. Aun cuando el estilo de Nietzsche, rico, matizado y jugando a la vez sobre variadas gamas, sea por momentos lo bastante complejos como para extraviar incluso a sus más fervientes admiradores, de ninguna manera disimula su pensamiento profundo, excepto cuando como mago desdoblado en prestidigitador, exhibe todos sus aspectos a la vez, según las reglas de juego que se impone a sí mismo.
Todo conspira, por consiguiente, para que Nietzsche sea el pensador probablemente más admirado de este siglo, aquel que, lejos de soportar la ley de la moda, no cesa de ganar partidarios, incluso militantes. Entre otras cosas, el nietzschenianismo se ha convertido en un contra-marxismo, una clave para la interpretación de los pensamientos secretos (como el freudismo en otra categoría), una antimetafísica, una inspiración política, una base especulativa al servicio de los Malraux de este siglo. De Leo Strauss a Heidegger, de Louis Rougier a Ernt Junger, los filósofos se dejan deslumbrar por su mensaje, su estilo, su modernidad, su a-temporalidad. Yo mismo, leyéndolo y releyéndolo, me digo a cada página: he aquí a Maquiavelo; he aquí a W. James; he aquí a Hume; he aquí a Darwin; he aquí a Bergson – lo que indica suficientemente el poder de Nietzsche de reunir diversas tendencias importantes del pensamiento moderno en una síntesis notable. Pero agreguemos enseguida: síntesis extremadamente peligrosa, por dos razones: primo, porque quien en ella se compromete se encuentra pronto en un laberinto donde tantos objetos le son familiares, incluso atrayendo su admiración a tal punto que por su causa ya no reconoce la extranjería radical de los lugares: mientras más avanza, más se aleja de los fundamentos del pensamientos occidental, de las verdades cristianas, del amor griego de la razón. Secundo, porque el estilo impresionista, algunas veces caprichoso, otras contradictorio de Nietzsche, su desprecio aparente por los sistemas, disimulan a nuestros ojos el hecho de que ante nosotros tenemos a un nihilista acabado, un destructor abocado no solamente a un trabajo de demolición, sino a una obra de descomposición, casi química. Se trata de un opus de gigante, de una contra-creación. Más aún: los pensadores modernos ya citados: Kant, Hegel, Marx, etc., destruyen, luego tratan de construir, aun cuando lo nuevo sea utópico, efímero, poroso, un ens rationis. Nietzsche – con Heidegger, aunque és es más bien discípulo – liquida lo real sin poner nada en lugar de lo abolido. Bajo este respecto, y bajo otros, es el gran budista de Occidente, el representante de la nada pura. Otros “aniquiladores”, como Sartre, incapaces de respirar el aire sin oxígeno donde sus sistema los hace desembocar, terminan por alinearse y volver a ponerse en la escuela de una gran radical: Sartre, justamente, en la escuela de Marx. Sólo Nietzsche es capaz de vivir en la atmósfera rarificada donde él culmina. Murió loco; la locura acecha a aquellos que lo siguen.
Decíamos que Nietzsche no es un autor sistemático, lo que no quiere decir que no se advierta, a lo largo de sus obras, un sistema interno, que intentaremos poner en evidencia. En el segundo volumen de la Voluntad de poder (1) encontramos su programa: “Lo que yo narro, es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que vendrá… el advenimiento del nihilismo (subrayado por él)… Este advenimiento había ya a través de cien signos…Toda nuestra civilización europea se mueve ya desde hace tiempo en una expectativa torturante” (n.25). Antes había escrito (n.9): “’¿Por qué el advenimiento del nihilismo es en lo sucesivo necesario? Porque nuestros mismos valores anteriores se desembocan en él por sus consecuencias últimas… el nihilismo es el resultado lógico de nuestros valores y de nuestros más altos ideales… Nos ha sido necesario primero pasar por el nihilismo para descubrir el valor real de estos “valores”… Tendremos necesidad, algún día, de valores nuevos”.
He aquí el proyecto; en cuanto a la realización del trabajo, Nietzsche está en la situación ambigua de un pensador desdoblado en demiurgo. Por un lado, es un europeo profundamente adherido a todo lo que su tradición había realizado. La más original de estas grandiosas realizaciones – y aquí captamos la dialéctica nietzscheniana – ha sido la tensión entre movimientos contradictorios, entre la herencia de Platón, y tras ella el cristianismo, y los que los combatían Sin duda, el mismo Nietzsche se encuentra entre estos últimos; no obstante, ello no le impide constatar que la “tensión” ha sido magnífica y que ha tenido una influencia pedagógica saludable sobre los epígonos: éstos son en adelante capaces de “poner la mira en los blancos más alejados” (Prefacio, Más allá del bien y del mal).
Por otro lado – y este aspecto es mucho más importante en él – Nietzsche es “antieuropeo”; sus odio a Sócrates, a la razón, al cristianismo no conoce límites; asimismo se alegra de que cristianos y platónicos, y tras ellos los profesores del siglo XIX, muñecos exangües, hayan llegado al término lógico de su moral de esclavo y hayan liquidado completamente los valores desde el comienzo corrompidos y corruptores. He aquí otro pasaje donde se manifiesta la maliciosa alegría de Nietzche al constatar la degeneración lograda por el cristianismo, pero que permite que se acabe con él y se recomience: “Esta degeneración global de la humanidad la conduce al nivel perfecto animal de rebaño” (Más allá…, 203). De allí deduce la conclusión que le permite abocarse a la tarea: “¿No hemos llegado al umbral de un nuevo período que se podría, negativamente en un principio, calificar de extra-moral?...” (ídem, 32) (2). Este período está marcado por la “muerte de Dios”, por los fundamentos abolidos, es decir – y aquí podemos seguir sin discusión la interpretación de Heidegger (3) – por la liquidación de toda metafísica que había permitido al hombre su universo mental y exterior de una manera simétrica.
He aquí pues la segunda fase del proyecto nitzscheniano. Recapitulemos la primera, la visión panorámica del paisaje tal como lo ve nuestro filósofo en el momento en que emprende el desmonte del terreno. El socratismo había sofocado el principio dionisíaco, la sana y natural mitología griega (la cual divinizaba, en lugar de suprimir, las pasiones humanas: Voluntad de poder, I, 273), ha cedido al absurdo de un Dios sobre la cruz (ídem, 34). Comenzaban así dos mil años de historia ciega de una falsa humanidad. ¡”Ilusión delirante”, encarnada en Sócrates, según la cual el pensamiento, guiado por la causalidad, desciende a los últimos abismos del ser, y es apto no solamente para conocer el ser sino para rectificarlo! (4). Pensamiento, historia, principio de vida, todo ha quedado así abismado, en un momento dado, como por un pecado original no cristiano (5). Siguieron, como lo hemos visto, los siglos platónico-cristianos (6), siglos de degeneración progresiva, hasta el siglo XIX donde rebalsa todo ese veneno acumulado. Los síntomas son la burguesía y el socialismo, los judíos y la música de Wagner, la melancolía pesimista del romanticismo y la voluminosa literatura “científica” de un Zola, de un Taine.
Es en este momento cuando aparece Nietzsche, nuevo Cristo que redime a la humanidad del pecado original socrático-judeo-cristiano. El nuevo salvador es perfectamente consciente de su misión. He aquí algunos pasajes de sus cartas, todas redactadas en 1888, luego de haber completado su obra, en el umbral de la locura. “Mi tarea es preparar para la humanidad un instante de recogimiento supremo sobre sí misma, un gran mediodía en el que ella mire hacia atrás y hacia delante” (7). “Temo hacer saltar la historia de la humanidad en dos mitades” (8). “… aquello que hace explotar, literalmente, la historia de la humanidad en dos pedazos” (9). “Una crisis como no la hubo jamás sobre la tierra, hasta la más profunda colisión de conciencia en el interior de la humanidad, para provocar una decisión contra Todo lo que se ha creído, exigido, santificado hasta el presente… Transvaloración de todos los valores: es una fórmula para un acto de supremo recogimiento de la humanidad sobre sí misma” (10).
Esta especia de identificación de la persona con los elementos de la naturaleza, del cosmos, o de la historia es frecuente, no solamente en la patología clínica – y para Nietzsche descartamos semejante interpretación – sino también en la especulación mágico-mítica que de ninguna manera es reductible a una enfermedad cualquiera. He aquí dos pasajes, menos filosóficos que los de Nietzsche, pero que pertenecen a la misma familia. Todo el primer pasaje de Wisdom, Madness and Folly: The Philosophy of a Lunatic (1951), de John Custance: “En cierto sentido, yo soy Dios. Veo el futuro, planifico el universo, salvo a la humanidad, soy completamente inmortal; soy macho y hembra. El Universo entero, pasado, presente y futuro, está en mí. La naturaleza y la vida me están ligadas, todo me es posible. Yo reconcilio el Bien y el Mal… Los opuestos están juntos y mi estado de exaltación es en sí mismo la unión de los opuestos…” (11). El segundo pasaje está tomado de la reciente obra de un psicoterapeuta americano, pasaje autobiográfico: “He llegado a ser uno con el agua, la marea y las olas, la lluvia que apaga la sed y nutre la vida. Yo era el sol: una bola de fuego, calentando el sistema solar; la luz del día, la luna brillante. Yo era el aire: el aliento de la vida, apoyo del vuelo; el viento que sopla del océano. Y luego, yo era la tierra: minerales, rocas, arena; el suelo que fertiliza la flor; una tierra minúscula en el universo infinito” (12).
En su propia estimación, Nietzsche no es un simple filósofo; está llamado a renovar la estructura del pensamiento, a poner las bases de una ontología nueva sin común medida con las precedentes. En esta empresa sigue, por otra parte, un esquema bien conocido de los otros pensadores-demiurgos, la visión tripartita de la historia: el tiempo de la perfección, asimilado a Dionysos; el tiempo de la corrupción, Sócrates y el cristianismo; y por fin la gran renovación, la transvaloración de todos los valores. Entre la segunda y la última etapa se sitúa Nietzsche mismo, operando la transformación. Examinemos su manera de proceder.
Sin que la operación tenga la apariencia llevada sistemáticamente, Nietzsche intenta demostrar, sobre todo en los dos primeros Libros de la Voluntad de poder, que las construcciones de la razón son: a) ficticias, arbitrarias, frágiles, b) corresponden a los intereses semiocultos de los hombres pero no a una hipotética realidad, y c) en verdad, no hay relación alguna entre aquello que pensamos y la realidad exterior. No es por azar que nuestros hermeneutas se detienen con preferencia en el caso Nietzsche, porque éste les ofrece un amplio campo de trabajo: este trabajo consiste en “sospechar” (la filosofía reciente, llamada de “sospecha”) detrás de cada concepto, cada afirmación, sustancia y entidad, otra cosa: movimiento, pulsiones, instintos, fenómenos caóticos. Se concluye así que sólo la estructura social y económica, o el interés de clase, o la represión sexual hace de pantalla entre la realidad – por otra parte siempre fugaz – y el hombre auténtico. Se alaba a Nietzsche, pero también a Spinoza, Darwin, Freud, Marx por haber hecho explotar la fachada que nos oculta la verdad. Sólo que se omite dar un último paso: ¿por qué no sospechar que estos suspicaces pensadores tienen, también ellos, algo que esconder? ¿Por qué no dinamitar las fachadas de sus propias construcciones?
Los conceptos atacados, desmontados y corroídos por la técnica nitzscheniana de reductio ad absurdum son el pensamiento, la conciencia, la lógica, el sujeto, la ciencia, la cosa, la verdad, el principio de contradicción, el ser, los valores, el mundo exterior, la substancia, el lenguaje, la creación, el derecho, las cualidades, la objetividad, el altruismo, la moral, y otros más. En esta lista ciertas nociones dependen de otras nociones, y se justifica elegir en primer lugar el plano epistemológico, luego el de los “valores”, por fin el plano de la vida en sociedad. Conocimiento, moral, política: los volveremos a encontrar así en la filosofía de Nietzsche, como encontramos esta estructura tripartita por doquier, de Aristóteles a Kant.
¿Qué hay de la conciencia? En muchos pasajes, Nietzsche hace sonar la alarma contra la invasión de Europa por el budismo, signo de decadencia, lo que no le impide ponerse del lado de la teoría del conocimiento budista, fenomenismo puro. Los “hechos de conciencia” no existen, sostiene, solamente un flujo indistinto en el cual la observación de sí se persuade de la existencia de una estabilidad subyacente, de un sujeto. Este sujeto es pues eminentemente sospechoso, no siendo el yo sino una causa ficticia atribuida a la sensación. (Encontramos acá la teoría de David Hume).
Frente al sujeto (yo, conciencia) (13) engendrado por una distinción fáctica entre acto y autor, el mundo exterior es, también él, un artificio. Lo percibimos según los valores utilitarios que nosotros consideramos en orden a nuestra seguridad, a nuestros intereses. En sí (si podemos expresarnos de esta manera, hablando de Nietzsche) el mundo es caos, y no aparece como sólido sino porque nosotros tenemos necesidad interna de organizar los fenómenos del flujo, de hacerlos durar. Si no hay estados de conciencia, tampoco hay estado de hecho, y el mundo sedicente real no es sino una serie de invenciones, de saltos de un error a otro, sin acceder jamás a la verdad. En lo que toca a este punto, es evidente que Nietzsche saca las últimas consecuencias del idealismo kantiano, esfuerzo desesperado éste pero no logrado de escapar al fenomenismo de Hume; por otro lado es él mismo quien dice que “no hay cosa-en-sí, y suponiendo que la hubiera, sería incomprensible”.
He aquí algunas muestras del nitzschenianismo. Allí hay de todo: Parménides se engaña, el pensamiento no tiene ningún equivalente en el dominio del ser; la lógica sigue nuestros juicios de valor, ellos mismos productos de nuestra sed de certezas. ¡Nietzsche lleva su desenfreno intelectual hasta pretender que la conclusión de un silogismo hace nacer una sensación de triunfo! Pero sigamos el curso de su pensamiento: lo “verdadero” no es sino lo útil: el principio de contradicción fue inventado por nuestra incapacidad de afirmar y de negar al mismo tiempo; la “verdad” es un medio arbitrario de ordenar la multiplicidad; las “cualidades” no se manifiestan sino en el efecto de una cosa sobre otra (o sobre un ser animado); y así en adelante.
Organicemos ahora esta primera adquisición. Por debajo de los conceptos que brotan del conocimiento, hay una segunda esfera, la de las motivaciones, a las cuales se reducirán los conceptos. Es el mismo Nietzsche quien lo dice: “Estoy en la línea spinoziana, anti-teleológica… Asímismo, me uno al movimiento mecanicista que reduce todos los problemas de la moral y de la estética a los problemas de la fisiología, éstos a los problemas químicos, éstos a los problemas mecánicos” (14). Digamos por nuestra parte: si, para tomar algunos ejemplos, lo verdadero se reduce a lo útil (aquí Nietzsche empalma con el pragmatismo de W. James y ambos rozan el pensamiento bergsoniano), los valores expresan el deseo de durar, y la causalidad no es sino el instinto de evitar lo insólito, entonces lo que queda como fundamento último del conocimiento y fundamento de la moral. Porque, si se lo piensa bien, “el altruismo” para Nietzsche es el egoísmo de los que tienen necesidad de ser socorridos (eco de La Rochefoucauld), la “moral” se explica por la fisiología de las emociones, y los grandes “continuums” (término de Nietzsche) como matrimonio, propiedad, lenguaje, tradición, familia, pueblo, Estado, reposan sobre la negativa de cambiar las costumbres, por consiguiente sobre la inercia individual y social.
Uno está en el derecho de saber si hay una esfera aún más fundamental por debajo de los conceptos y de las costumbres. Una vez desenmascaradas estas dos esferas (según el término favorito de la hermenéutica contemporánea), será necesario encontrar una suerte de explicación de todas las explicaciones, aun cuando se quiera seguir siendo cortés frente a Nietzsche y uno se abstenga de preguntarle de dónde viene este deseo de explicar todo, actividad que absorbe tan evidentemente su propia atención. Una respuesta honesta  a esta pregunta desembocaría en la reconstrucción del edificio previamente demolido, porque se trata del trabajo puro y simple de la inteligencia conciliada con el objeto que penetra. Así toda la filosofía nietzscheniana se derrumba a la luz de la metafísica de Aristóteles.
Sin ir más lejos, preguntémonos aquellos que motiva al mismo Nietzsche. La lógica, ha escrito, de ninguna manera descubre la verdad, crea para nuestro uso el concepto de lo verdadero, nos acuna con la ilusión de que hay una verdad. La ciencia no es sino una hipótesis cuya utilidad es convencernos de que el universo es racional. El hombre no puede pues apoyarse sobre nada sólido cuando contempla el flujo que lo arrastra a pesar de su ilusión de detenerlo por sus conceptos y valores, palabras vacías de sentido. ¿Acaso el mismo Nietzsche poseyó los medios de navegar sobre este flujo con más certeza que los otros? Notemos que si su respuesta fuese afirmativa, nos apoyaríamos en su filosofía para “desenmascararle”. Así es de circunspecto.
La historia de la filosofía, escribe, es el desencadenamiento de un furor secreto contra los postulados de la vida. Los filósofos no han vacilado nunca en afirmar un mundo, con tal que contradiga al mundo presente, concreto. Ahora bien, hemos visto lo que Nietzsche entiende por mundo concreto: el mundo de las pulsiones y de las necesidades instintivas. Consiguientemente, su sabiduría se fundará en él sobre lo inconceptualizable; pero, justamente, debe probar que las cosas misma no existen, que no hay nada por conceptualizar. Va más allá de Kant dando un paso decisivo porque para Nietzsche no hay cosa-en-sí, ni siquiera incognoscible. Cierra el camino abierto desde Descartes y proclama la existencia de nada.
Segundo paso: “no hay nada” quiere decir que el ser no es. Inversión completa de la tesis parmenidiana: el ser no es, aun cuando se lo pueda pensar, con la ayuda de ilusiones. Parménides tuvo una tarea fácil porque, dice Nietzsche, la doctrina del ser es cien veces más fácil que la doctrina del devenir. Conviene pues “imprimir al devenir el carácter del ser” (15). Y agrega: “Es la forma superior de la voluntad de poder”.
Con esta frase-programa el proyecto llega a su meta. Su significación se esclarece con la lectura del párrafo 125 de la Gaya Ciencia, cuando el loco revela el gran acontecimiento: “¡Dios ha muerto!”. Y agrega: “¡Los que nazcan después de nosotros pertenecerán a una historia superior!”. Aquélla donde no solamente los valores estarán invertidos, sino también la manera de formularlos, la manera de valorarlos. En una palabra, en lugar de la metafísica que ha falseado todo, la voluntad de poder que sustituye a la metafísica será, como escribe Heidegger, comentador de Nietzsche, “el fundamento de la instauración de los valores” (16). El nihilismo niezscheniano entraña, ciertamente, la supresión de Dios; pero lo que se considera ante todo es la supresión de lo supra-sensible para que el hombre pueda instalarse por fin en su naturalidad. Se comprende el sentido de las cartas de Nietzsche a sus amigos: desde Sócrates, etc., las condiciones propicias al nihilismo avanzan porque la historia cristiano-platónica ha conducido a Europa a un callejón sin salida. Es Nietzsche, el “loco”, quien revela este acontecimiento grandioso, es el super-nihilista; al mismo tiempo, no lo es porque muestra a los hombres una nueva aurora, o más bien “el eterno retorno” que impide la fabricación de otras metafísicas y sumerge a los hombres en la necesidad de recomenzar siempre de nuevo.

Este breve análisis del pensamiento de Nietzsche no pretende ser exhaustivo. Es suficiente sin embargo para la comprensión de su inmensa influencia en los espíritus del presente siglo. Nietzsche ha puesto todo en marcha, ha reducido el ser a su criatura y entroniza el devenir. Para criticarlo, es necesario y suficiente mostrar que el mismo Nietzsche piensa el mundo y que se sirve de conceptos en su trabajo de desconceptualización. El eterno malentendido de los que quieren saltar por encima de su sombra, del hombre que piensa el no-pensamiento.
THOMAS MOLNAR*


Fuente: El nihilismo de Nietzsche, en revista MIKAEL, Entre Ríos, 1981, p.p. 83-91


NOTAS:

(1)   Gallimard, 1947.
(2)   La curva descrita por un Maurice Clavel se parece hasta este punto a la de Nietzsche. Pero éste ha ido mucho más lejos, no se ha detenido y no ha vuelto.
(3)   Caminos que no llevan a ninguna parte (en el original, Holzwege). “La palabra de Nietzsche: Dios ha muerto”. Gallimard, 1962.
(4)   El nacimiento de la tragedia, 15
(5)   El “pecado original” nitzscheniano es la individuación que él encuentra en el mito de Dionysos Zagreus desgarrado por los Titanes y descompuesto en sus elementos.
(6)   El cristianismo para Nietzsche, es un “platonismo para las masas”.
(7)   Ecce Homo, Aurora 2.
(8)   Carta a Franz Overbeck, 18 de Octubre 1888.
(9)   Carta a Peter Gast, 9 diciembre 1888
(10) Carta a Helen Zimmern, noviembre 1888
(11)  Citado en R.C. Zaehner, Mysticism: Sacred and Profane, Oxford Univ. Press. 1961, p.91
(12)  En Stephen Larsen, The Shaman’s Doorway, Harper and Row, New York, 1976
(13)  La Voluntad de poder, I, 149. Según Nietzsche, en lugar de la constatación neutra “se hace”, hemos aprendido a decir “yo hago”. Este fenomenismo que es igualmente el de las escuelas neo-positivistas y neo-empiristas, es vigorosamente combatido en nuestros días por Michael Polanyi, especialmente en su libro, Personal Knowledge, Harper and Row, 1964.
(14)  La Voluntad de poder, II, 6.
(15)   Idem, II, 170
(16) Caminos que no llevan a ninguna parte, p. 195


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