2. EL TIEMPO DE LOS PAGANOS
Una lectura o una escucha
superficial del discurso escatológico de Jesús da necesariamente la impresión
de que, desde el punto de vista cronológico, Jesús vinculó directamente el fin
de Jerusalén con el fin del mundo, particularmente cuando se lee en Mateo:
«Después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá... Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre» (24,29s). Esta concatenación
cronológicamente directa entre el fin de Jerusalén y el fin del mundo entero
parece confirmarse más aún cuando, unos versículos después, se encuentran estas
palabras: «Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda»
(24,34).
A primera vista, parece que sólo
Lucas haya atenuado esta relación. En él se lee: «Caerán a filo de espada, los
llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los
gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora» (21,24). Entre la
destrucción de Jerusalén y el fin del mundo se intercala «la hora de los
gentiles». Se ha reprochado a Lucas el haber desplazado así el eje cronológico de
los Evangelios y el mensaje originario de Jesús, de haber transformado el fin
de los tiempos en el tiempo intermedio, inventando así el tiempo de la Iglesia
como nueva fase de la historia de la salvación. Pero, mirando con atención, se
descubre que esta «hora de los paganos» también se anuncia en Mateo y en Marcos
con palabras diferentes en otros puntos de la predicación de Jesús.
En Mateo encontramos estas
palabras del Señor: «Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo
entero, para dar testimonio a todas la naciones. Y entonces vendrá el fin»
(24,14). En Marcos se lee: «Y es preciso que antes [del fin] sea proclamada la
Buena Nueva a todas las naciones» (13,10).
Esto nos demuestra ante todo que
hay que ser muy cautos con el entramado interno de este discurso de Jesús; el
discurso ha sido compuesto con piezas sueltas que se habían transmitido, que no
constituyen un desarrollo lineal, sino que se han de leer como si estuvieran
juntas. Volveremos de modo más detallado en el curso del tercer subcapítulo («Profecía
y apocalíptica...») sobre este problema redaccional, que tiene gran importancia
para la comprensión correcta del texto.
Desde el punto de vista del
contenido se ve claramente que los tres Sinópticos saben algo de un tiempo de
los paganos: el fin del mundo sólo puede llegar cuando se haya llevado el
Evangelio a todos pueblos. El tiempo de los paganos —el tiempo de la Iglesia de
los pueblos del mundo— no es una invención de san Lucas; es patrimonio común de
la tradición de todos los Evangelios.
Aquí encontramos de nuevo el
enlace entre la tradición de los Evangelios y los motivos fundamentales de la
teología paulina. Si Jesús dice en el curso escatológico que primero tiene que
ser anunciado el Evangelio a las naciones, y sólo después puede llegar el fin,
en Pablo encontramos una afirmación prácticamente idéntica en la Carta a los Romanos: «El endurecimiento
de una parte de Israel durará hasta que entren todos los pueblos; entonces todo
Israel se salvará...» (11, 25s). Todos los paganos e Israel entero: aparece en
esta fórmula el universalismo de la voluntad divina de salvación. Pero, en
nuestro contexto, es importante que también Pablo conozca el tiempo de los
paganos que tiene lugar ahora, y que tiene que cumplirse para que el plan de
Dios alcance su propósito.
El hecho de que el cristianismo
primitivo no pudiera hacerse una idea cronológicamente adecuada de la duración
de estos kairoí (tiempos) de los
paganos, suponiéndolos seguramente bastante breves, es a fin de cuentas
secundario. Lo esencial está en la afirmación fundamental y en la indicación de
dicho tiempo, que debía ser entendido y fue entendido por los discípulos, sin
cálculos sobre su duración, ante todo como tarea: realizar ahora lo que ha sido
anunciado y exigido, es decir, llevar el Evangelio a todas las gentes.
El caminar incansable de san
Pablo hacia los pueblos para llevar el mensaje a todos y cumplir así la tarea,
posiblemente ya durante su vida, muestra precisamente una tenacidad que sólo se
explica por su convencimiento del significado histórico y escatológico del
anuncio: «No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co
9,16).
En este sentido, la urgencia de
la evangelización en la generación apostólica no está motivada tanto por la
cuestión sobre la necesidad de conocer el Evangelio para la salvación
individual de cada persona, cuanto más bien por esta gran concepción de la historia:
para que el mundo alcance su meta, el Evangelio tiene que llegar a todos los
pueblos. En algunos periodos de la historia la percepción de esta urgencia se
ha debilitado mucho, pero siempre se ha vuelto a reavivar después, suscitando
un nuevo dinamismo en la evangelización.
A este respecto queda siempre en
el trasfondo también la cuestión sobre la misión de Israel. Hoy vemos
desconcertados cuántos malentendidos cargados de consecuencias han pesado en
los siglos sobre este punto. Sin embargo, una nueva reflexión puede hacer ver
que en todo momento de ofuscación pueden hallarse siempre posibilidades de una
comprensión correcta.
Quisiera hacer aquí una
referencia a lo que Bernardo de Claraval aconsejaba sobre esta cuestión a su
discípulo, el papa Eugenio III. Le recuerda al Papa que no sólo se le ha
confiado el cuidado de los cristianos: «Tú eres deudor también respecto a los
infieles, los judíos, los griegos y los paganos» (De cons., III, I, 2). Sin embargo, enseguida se corrige,
precisando: «Admito que, por lo que se refiere a los judíos, quedas excusado
por el tiempo; para ellos se ha establecido un determinado momento, que no se
puede anticipar. Deben preceder los paganos en su totalidad. Pero ¿qué dices
acerca de los paganos mismos?... ¿En qué pensaban tus predecesores para...
interrumpir la evangelización, mientras la incredulidad sigue siendo todavía
tan extendida? ¿Por qué motivo... la palabra que corre veloz se ha
detenido?...» (III, I, 3).
Hildegard Brem comenta así este
pasaje: «Según Romanos 11,25, la
Iglesia no tiene que preocuparse por la conversión de los judíos, porque hay
que esperar el momento establecido por Dios, “hasta que entren todos los
pueblos” (Rm 11,25). Por el contrario,
los judíos mismos son una predicación viviente, a la que la Iglesia se debe
remitir porque hacen pensar en la Pasión de Cristo (cf. Ep 363)...» (Winkler I,
p. 834).
El anuncio del tiempo de los
paganos, y la tarea que se deriva de él, es un punto central del mensaje
escatológico de Jesús. El cometido particular de evangelizar a los paganos, que
Pablo recibió del Resucitado, está firmemente unido al mensaje que Jesús
dirigió a los discípulos antes de su pasión. El tiempo de los paganos —«el
tiempo de la Iglesia»— que, como hemos visto, ha sido transmitido por todos los
Evangelios, constituye un elemento esencial del mensaje escatológico de Jesús.
Fuente: Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Madrid, Planeta, 2011, pp. 56-60
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