“Un gusto por la lectura en verdad amplio es el
que nos permite encontrar algo que nos satisface en la sección de gangas de una
librería de segunda mano. De manera semejante, un gusto verdaderamente amplio
por la humanidad siempre encontrará algo que apreciar en esa franja
representativa de la humanidad con que nos topamos a diario.
De acuerdo con mi
experiencia, es el Afecto el que crea este gusto, al enseñarnos primero a notar
a las personas que “casualmente estaban ahí”, luego a soportarlas, después a
sonreírles, más tarde a disfrutarlas y, finalmente, a apreciarlas. ¿Hechas para
nosotros? Gracias a Dios que no. Son ellas mismas, más singulares de lo que
pudimos haber creído y mucho más valiosas de lo que sospechamos.”
(Lewis, Clive S.: Los cuatro amores, Editorial Andrés
Bello, Buenos Aires, 2007, p.48)
“En la medida en que el Afecto es
Amor-necesidad, está presente en él casi hasta la locura. Si no amara a sus
hijas – aunque sea a su manera –, no desearía tan desesperadamente su amor. El
padre (o niño) menos inspirador de cariño puede estar lleno de un amor tan
voraz como el de Lear. Pero este tipo de amor acarrea su propia desdicha, y la
de todos los demás. Sofoca. Si de partida las personas no son queribles, su
continua demanda (como si fuera un derecho) de amor, su patente sensación de
agravio, sus reproches – ya sean quejumbrosos y a toda voz, o simplemente
implícitos en cada mirada y gesto de resentida autocompasión –, producen en
nosotros sentimientos de culpa (es lo que pretenden) por una falta que no
podríamos haber evitado y que no podemos dejar de cometer. Estas personas
sellan la propia fuente de cuya agua están sedientas. Si alguna vez, en algún
instante favorable, se agita en nosotros un germen de Afecto por ellas, su
continuo exigir más y más nos vuelven a petrificar. Y, por supuesto, siempre
desean la misma prueba de nuestro amor: debemos ponernos de su parte, escuchar
y compartir sus quejas contra algún otro. Si mi hijo realmente me quisiera, se
daría cuenta de lo egoísta que es su padre…; si mi hermano me quisiera, se
aliaría conmigo contra mi hermana…; si me quisieras, no dejarías que me
trataran así…
Y todo el tiempo permanecen sin darse cuenta de
cuál es el verdadero camino. “Si quieres ser amado, conviértete en alguien
inspirador de amor”, dijo Ovidio. Todo lo que ese viejo bribón quería decir
era: “Si quieres atraer a las chicas, tienes que ser atractivo”, pero su máxima
tiene una aplicación más amplia. El estudioso de los amores fue más sabio en su
tiempo que el señor Pontifex y el rey Lear.
Lo realmente sorprendente no es que las
insaciables exigencias de los no amables a veces queden sin respuesta, sino el
hecho de que tan a menudo sí se vean satisfechas. En ocasiones, uno ve mujeres cuya niñez, juventud y largos
años de madurez hasta bordear la vejez se han empleado en atender, obedecer,
mimar y quizá mantener a un vampiro maternal que nunca se da por satisfecho. El
sacrificio – pero hay dos opiniones al respecto – puede ser hermoso; la anciana
que lo exige no lo es.
El carácter “incorporado” o inmerecido del
Afecto da pie, así, a una interpretación espantosamente falsa. Lo mismo hacen
su naturalidad e informalidad.
"Sin duda sigue siendo
verdadero que todos los amores naturales pueden ser desmesurados. Desmesurado no significa
“insuficientemente cuidadoso”. Tampoco significa “demasiado grande”. No es un
término cuantitativo. Probablemente es imposible amar a cualquier ser humano
simplemente “demasiado”. Podemos amarlo demasiado en proporción a nuestro amor a Dios; pero es la exigüidad de
nuestro amor a Dios, no la vastedad de nuestro amor al hombre, lo que
constituye la desmesura. E incluso esta noción debe ser afinada. De otra
manera, perturbaremos a algunos que en verdad siguen el camino correcto, pero
que se alarman por no poder sentir hacia Dios una emoción tan cálida como la
que experimentan hacia el ser amado terrenal. Sería muy de desear – al menos
así lo creo – que todos nosotros, todo el tiempo, pudiéramos sentirla. Debemos
rezar para que se nos conceda ese don. Pero el punto de si estamos amando “más”
a Dios o al ser amado terrenal no es, en lo que toca a nuestro deber cristiano,
algo que tenga que ver con la intensidad comparada de los dos sentimientos. El
verdadero punto es a cuál (cuando se presenta la alternativa) se sirve, se
escoge o se pone en primer lugar. Cuál reclamo acata, en último término,
nuestra voluntad."
C.S. Lewis: Los Cuatro Amores,
Editorial Andrés Bello, Buenos Aires, 2007, p.148
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