sábado, 12 de julio de 2014

Clive S. Lewis - Los cuatro amores (fragmentos)

“Un gusto por la lectura en verdad amplio es el que nos permite encontrar algo que nos satisface en la sección de gangas de una librería de segunda mano. De manera semejante, un gusto verdaderamente amplio por la humanidad siempre encontrará algo que apreciar en esa franja representativa de la humanidad con que nos topamos a diario.
De acuerdo con mi experiencia, es el Afecto el que crea este gusto, al enseñarnos primero a notar a las personas que “casualmente estaban ahí”, luego a soportarlas, después a sonreírles, más tarde a disfrutarlas y, finalmente, a apreciarlas. ¿Hechas para nosotros? Gracias a Dios que no. Son ellas mismas, más singulares de lo que pudimos haber creído y mucho más valiosas de lo que sospechamos.”

(Lewis, Clive S.: Los cuatro amores, Editorial Andrés Bello, Buenos Aires, 2007, p.48)

“En la medida en que el Afecto es Amor-necesidad, está presente en él casi hasta la locura. Si no amara a sus hijas – aunque sea a su manera –, no desearía tan desesperadamente su amor. El padre (o niño) menos inspirador de cariño puede estar lleno de un amor tan voraz como el de Lear. Pero este tipo de amor acarrea su propia desdicha, y la de todos los demás. Sofoca. Si de partida las personas no son queribles, su continua demanda (como si fuera un derecho) de amor, su patente sensación de agravio, sus reproches – ya sean quejumbrosos y a toda voz, o simplemente implícitos en cada mirada y gesto de resentida autocompasión –, producen en nosotros sentimientos de culpa (es lo que pretenden) por una falta que no podríamos haber evitado y que no podemos dejar de cometer. Estas personas sellan la propia fuente de cuya agua están sedientas. Si alguna vez, en algún instante favorable, se agita en nosotros un germen de Afecto por ellas, su continuo exigir más y más nos vuelven a petrificar. Y, por supuesto, siempre desean la misma prueba de nuestro amor: debemos ponernos de su parte, escuchar y compartir sus quejas contra algún otro. Si mi hijo realmente me quisiera, se daría cuenta de lo egoísta que es su padre…; si mi hermano me quisiera, se aliaría conmigo contra mi hermana…; si me quisieras, no dejarías que me trataran así…
Y todo el tiempo permanecen sin darse cuenta de cuál es el verdadero camino. “Si quieres ser amado, conviértete en alguien inspirador de amor”, dijo Ovidio. Todo lo que ese viejo bribón quería decir era: “Si quieres atraer a las chicas, tienes que ser atractivo”, pero su máxima tiene una aplicación más amplia. El estudioso de los amores fue más sabio en su tiempo que el señor Pontifex y el rey Lear.
Lo realmente sorprendente no es que las insaciables exigencias de los no amables a veces queden sin respuesta, sino el hecho de que tan a menudo sí se vean satisfechas. En ocasiones,  uno ve mujeres cuya niñez, juventud y largos años de madurez hasta bordear la vejez se han empleado en atender, obedecer, mimar y quizá mantener a un vampiro maternal que nunca se da por satisfecho. El sacrificio – pero hay dos opiniones al respecto – puede ser hermoso; la anciana que lo exige no lo es.
El carácter “incorporado” o inmerecido del Afecto da pie, así, a una interpretación espantosamente falsa. Lo mismo hacen su naturalidad e informalidad.

(Lewis, Clive S.: Los cuatro amores, Editorial Andrés Bello, Buenos Aires, 2007, p. 52-54) 

"Sin duda sigue siendo verdadero que todos los amores naturales pueden ser desmesurados. Desmesurado no significa “insuficientemente cuidadoso”. Tampoco significa “demasiado grande”. No es un término cuantitativo. Probablemente es imposible amar a cualquier ser humano simplemente “demasiado”. Podemos amarlo demasiado en proporción a nuestro amor a Dios; pero es la exigüidad de nuestro amor a Dios, no la vastedad de nuestro amor al hombre, lo que constituye la desmesura. E incluso esta noción debe ser afinada. De otra manera, perturbaremos a algunos que en verdad siguen el camino correcto, pero que se alarman por no poder sentir hacia Dios una emoción tan cálida como la que experimentan hacia el ser amado terrenal. Sería muy de desear – al menos así lo creo – que todos nosotros, todo el tiempo, pudiéramos sentirla. Debemos rezar para que se nos conceda ese don. Pero el punto de si estamos amando “más” a Dios o al ser amado terrenal no es, en lo que toca a nuestro deber cristiano, algo que tenga que ver con la intensidad comparada de los dos sentimientos. El verdadero punto es a cuál (cuando se presenta la alternativa) se sirve, se escoge o se pone en primer lugar. Cuál reclamo acata, en último término, nuestra voluntad."

C.S. Lewis: Los Cuatro Amores, Editorial Andrés Bello, Buenos Aires, 2007, p.148




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